Este próximo lunes 31 de octubre, mientras el mundo celebra Halloween, los corazones de millones de personas (el mío, por ejemplo) agradecerán por lo que ahora conocemos como la Reforma Protestante del siglo XVI, la cual, se dice, inició cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, en las que mayormente cuestionaba la venta de indulgencias. Quizá la Reforma comenzó mucho antes, pero esa es la fecha en que se celebra.
Artículo recomendado: R.C. Sproul: Un Resumen de la Reforma Protestante
En la actualidad, muchos jóvenes están llegando a conocer las doctrinas que la Refoma nos legó. Hay un renovado interés en las doctrinas reformadas, y esto sin duda es producto de la soberanía de Dios. Especialmente en Latinoamérica, el Señor está atrayendo a los creyentes hacia la fe reformada. Todo esto es motivo de agradecimiento y alegría.
Sin embargo, considero que la manera en que reaccionamos a ello puede ser motivo de preocupación. He encontrado que muchas veces tomo las doctrinas de la fe reformada muy a la ligera. En muchas áreas no tengo la misma actitud que los de Berea, sino que asumo que «entiendo cosas», y puedo incluso llegar a tener una actitud o pensamiento arrogantes. Hay algunas doctrinas con las que mi pensamiento lucha constantemente, y en parte eso es porque muchas veces no voy a la Escritura para aprender. Muchas veces repito lo que otros dicen, y soy propenso a caer en los extremos.
Artículo recomendado: Antes de intentar reformar tu iglesia…
Como yo, muchos jóvenes inmaduros pueden llegar a pensar que la Reforma es instantánea, y no se dan cuenta que muchos murieron por estas verdades. Creemos que podemos reformar la iglesia sólo con leer un artículo en internet, o con repetir lo que, según nosotros, “dice el griego”. Entendemos la fe como algo meramente intelectual; tomamos la Biblia como un mero texto y nos olvidamos de que deberíamos leer la Biblia como disciplina espiritual, como dijo un buen amigo. Eso debe ser causa de verdadera preocupación.
Una verdadera Reforma no sucede de la noche a la mañana. Requiere tiempo para la lectura diaria de la Biblia, la evaluación de nuestras vidas y doctrinas a la luz de ella, la oración constante, y la comunión con los santos. Requiere enseñanza constante de la Biblia, enseñanza paciente, enseñanza llena de gracia. Requiero corazones valientes por la verdad. Requiere compromiso y constancia.
Dentro de todo eso, no olvidemos que el que comenzó tan buena obra en nosotros la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús, y eso no solamente en el plano individual, sino en el plano corporativo de la iglesia (Fil 1:6).
Este artículo fue publicado en 2016 en mi blog de Medium.