«Dos años en internet son 10 años.» Escuché esta frase en el podcast de Roberto Martínez hace unos días. Y es cierto. Nuestro mundo, que gira en torno al internet, cambia a pasos agigantados cada día. Muchas cosas que existen hoy, probablemente no existían hace una semana y ahora son virales. Los memes no siempre fueron un medio tan popular de comunicar cosas divertidas. Aun recuerdo cómo allá por 2010 un buen amigo se la pasaba viendo desmotivaciones, una versión temprana de los memes.
Junto a los memes, las selfies inundan las redes sociales—las cuales constituyen un regalo providencial que es útil para tantas cosas buenas y provechosas—, y de esta manera se genera un fenómeno que yo podría llamar el «trastorno del selfie». Tal trastorno hace al individuo querer tomar fotos de sí mismo con el fin de buscar obtener la aceptación de otros en las redes sociales. Sé perfectamente que no hay nada intrínsecamente malo con tomar fotos de nosotros mismos; es algo que no podíamos hacer antes, y en cierto sentido, es algo muy bonito y distintivo de nuestra generación. Mi punto es que, cuando las selfies no se administran bien, fácilmente nos hacemos dependientes de ellas. Eso es en un marco general.
En un plano más específico, también es evidente que muchos cristianos amamos las selfies; pareciera que incluso algunos sufrimos el trastorno del selfie; pareciera, por tanto, que no estamos dando gloria a Dios en este aspecto. Nuestras redes sociales son nuestras. Se trata de nosotros y no de él.
El ejemplo de Juan el Bautista
Uno de los ejemplos más grandes de humildad que encuentro en la Biblia es el de Juan el Bautista. Me encanta leer cómo Juan—aunque la mirada de gente estaba en él en ese momento—no tuvo problema en aclarar a los que habían sido enviados por los judíos que él no era el Cristo. Puedo incluso respirar cierta incomodidad y preocupación en sus palabras al aclarar que él no era el Cristo y que ni siquiera se consideraba digno de desatar el calzado del Señor (Juan 1:19-28).
Cuando llegaron a avisarle que Jesús estaba bautizando al igual que él, en lugar de sentir celos, declaró estas palabras que todos deberíamos convertir en una forma de vida:
Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.
Juan 3:30
Nosotros nos enfocamos en nosotros mismos. Somos tan susceptibles a buscar la atención de los demás: que nos vean, que nos admiren, que vean que no somos tan diferentes, que vean que también “disfrutamos la vida”, que vean que estamos en onda. Sufrimos el trastorno del selfie cuando buscamos atraer atención hacia nosotros mismos como un fin en sí mismo.
Sin embargo, es necesario que Cristo ocupe el lugar más importante en nuestras vidas. Es necesario que todo lo que hagamos y digamos sea para la gloria de Dios, porque para eso hemos sido salvados: para su gloria. Es necesario que las personas vean nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre (Mateo 5:16). Es necesario que nuestros perfiles tengan más de Cristo y menos de nosotros. Esa es la gran diferencia. No la perdamos de vista. Tengamos cuidado con las selfies.