«Por sus frutos los conocerán», dijo el Señor en Mateo 7 a sus discípulos al enseñarle sobre los falsos maestros. Básicamente, el punto del Señor es que los falsos maestros parecen ser personas con una fe genuina, pero son en realidad todo lo contrario. Son personas que hablan de manera religiosa, visten de manera religiosa, y aparentan ser en realidad creyentes.
Contrario a lo que podríamos pensar, los falsos maestros parecen ser creyentes en su vida pública, incluso más que nosotros. Sin embargo, eso no quita que en algún momento nieguen su profesión de fe con sus hechos. Y es que el Señor llama a sus discípulos a ver más allá del disfraz de ovejas que los falsos maestros traen. Debemos ver sus frutos, aquello que ellos naturalmente producirán en sus vidas, para pronto darnos cuenta de que su naturaleza es mala y perversa.
Creo que esto debería encender una alarma en nosotros mismos para hacer caso del llamado apostólico de examinarnos a nosotros mismos para ver si somos creyentes verdaderos (2 Corintios 13:5). La enseñanza del Señor sobre la relación innegable e inevitable entre la naturaleza del árbol y el fruto que produce no es solo para que la tengamos como un instructivo para descubrir falsos maestros. También tiene aplicación a nuestras vidas, y el punto es que pensemos en lo que nuestra vida dice sobre nuestra realidad espiritual. O para ponerlo en el mismo lenguaje, somos llamados a ver nuestros frutos para ver qué tipo de árbol somos.
Si nuestros frutos son malos, probablemente seamos un árbol malo, uno que no ha sido regenerado por Cristo. Si nuestros frutos son buenos (pero nuestros frutos de verdad, no solo los de nuestra vida pública) probablemente podamos regocijarnos en la gracia de Dios al limpiarnos y cambiar nuestra vieja naturaleza por una nueva.
Cierro con las palabras de Juan Crisóstomo sobre cómo se distinguen los verdaderos creyentes por su vida piadosa:
Veo a muchos que después del bautismo viven más descuidadamente que los no bautizados, y no se distinguen en nada particular en su modo de vida. Es por eso que, como ves, ni en el mercado ni en la iglesia es posible saber rápidamente quién es creyente y quién no lo es, a menos que estemos presentes en el momento de los sacramentos y veamos a quién sacan del templo, y quién permanece dentro con los demás. Por el contrario, se debería poder distinguirlos no por el lugar que ocupan, sino por su modo de vida. Porque como pasa con las distinciones exteriores de los hombres, éstas son, por naturaleza, identificables a través de signos externos con los que han sido investidos, así los nuestros deberían ser perceptibles por el alma. Es decir, el creyente debe manifestarse no solo a través del don, sino también por su nueva vida. [1]
[1] Ritzema, E., Powell, G., Terranova, J., & Saju, J. P. (Eds.). (2013). 300 citas para predicadores de la iglesia temprana. (J. Terranova & J. P. Saju, Trads.). Bellingham, WA: Lexham Press.