Nos Gloriamos en Dios por Cristo

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

(Romanos 5:11)

El colmo de la necedad delante de Dios es gloriarnos en nuestros méritos. No podemos impresionar a Dios ni deberíamos intentarlo. En Cristo hemos sido perfecta y eternamente reconciliados con el Padre. Por eso podemos ahora gloriarnos en él. Es decir, podemos descansar y vivir gozosos en Dios porque su Hijo nos ha salvado y nos ha traído a una relación de amor y amistad con el Señor.

Un día éramos pecadores enemigos de Dios. La ira de Dios pesaba sobre nosotros. Cada día que vivíamos era simplemente una oportunidad de seguir amontonando ira de Dios sobre nosotros. Cada uno de nuestros respiros era en realidad un olor de muerte. Creíamos estar vivos, pero en realidad estábamos muertos.

Sin embargo, el Señor en su sola gracia quiso solucionar nuestra situación. No vio nada en nosotros que pudiera atraerlo. No nos salvó por quiénes somos nosotros, sino por quién es él. Quiso darnos aquello que no podíamos alcanzar por nuestros propios medios: nos dio la reconciliación por medio de su Hijo.

No teníamos nada que ofrecer al Señor; no podíamos osar entrar en un pacto con él ofreciéndole algo, pues todo es suyo y todo lo que nosotros podíamos producir estaba arruinado por el pecado. Por tanto, como todo es por su gracia, todo debe ser para su gloria.

Es por eso que Pablo nos llama ahora a gloriarnos en Dios. Nos llama a glorificar a Dios en todas las cosas. Nos llama a darle a Dios la gloria debida a su nombre. Nos llama a encontrar nuestros motivos de gloria y exaltación en la obra salvadora que él ha hecho en nosotros al convertirnos de ser los criminales a ser los justificados por fe.

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