Dios odia los ojos soberbios o altivos. Esta frase no es muy usada por nosotros hoy en día. Casi nadie (excepto una persona cuyo lenguaje sea muy bíblico) dice que Dios odia los ojos altivos en la actualidad. Casi nadie pondría un tweet para alertar a sus amigos con las siguientes palabras:
«Queridos seguidores, tengan cuidado porque Dios odia los ojos altivos. #ojosaltivos»
Y vamos, que no estoy menospreciando el lenguaje bíblico. Estaría en un error si lo hiciera. Creo que no podríamos comprender la riqueza de lo que Dios nos ha querido comunicar en la Biblia. Lo que sí digo es que quizá necesitemos cierta explicación para comprender esta primera cosa que Dios odia. Y el Comentario Bíblico Mundo Hispano resulta de mucha ayuda cuando dice que «parece que el gesto de levantar los ojos, quizá las cejas, era una forma de mostrarse superior al prójimo y un gesto para menospreciar al otro. Aquí se muestra un orgullo insano y destructivo.»
En otras palabras, Dios no odia los ojos de nadie. Tus ojos no pueden ser altivos ni sentirse superiores a nadie. Pero tú sí puedes. Y esa es la enseñanza: Dios odia a las personas que se sienten superiores a su prójimo. Y esto es algo muy serio.
Cuando lo pienso detenidamente, me doy cuenta que hay muchas cosas que (muy tontamente) a veces nos hacen sentirnos superiores frente a los demás:
- Seguidores en internet – Te sientes importante si tus seguidores en internet sobrepasan los miles.
- Posesiones materiales – Te sientes satisfecho y pleno si tienes todas las cosas materiales que quieres.
- Grados académicos – Te sientes más importante y capaz frente a otros menos educados que tú.
- Apariencia física – Te sientes más atractivo y seguro de ti mismo que otros que no lucen o visten como tú.
- «Éxito» ministerial – Sientes que los esfuerzos de otros con menos alcance que tú son irrelevantes para Dios.
Lastimosamente, el pensamiento de que estas cosas le dan valor a nuestras vidas está tan arraigado en nuestra sociedad, y sucede exactamente lo mismo cuando lo pensamos de manera negativa.
- Seguidores en internet – Te sientes irrelevante si tus seguidores en internet no sobrepasan los miles.
- Posesiones materiales – Te sientes insatisfecho si no tienes todas las cosas materiales que quieres.
- Grados académicos – Te sientes incapaz frente a otros más educados que tú.
- Apariencia física – Te sientes inseguro frente a otros que lucen y visten mejor que tú.
- «Éxito» ministerial – Sientes que tus esfuerzos son irrelevantes para Dios si no alcanzas a muchos.
Y ojo que la palabra que uso es «sentir», ya que estas cosas generalmente afectan la manera en que nos sentimos, y no damos mayor reflexión a nuestra actitud. Ahora bien, incluso si luego de mucho pensar y reflexionar llegáramos a la realización de que somos superiores a los demás, no tendríamos razón. El apóstol Pablo advirtió lo siguiente a los creyentes romanos:
«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.» (Ro. 12:3)
Sentirnos superiores a los demás es en cierto sentido idolatría. Y el ser humano está acostumbrado a fabricar ídolos de cualquier cosa, hasta de él mismo. Cuando sentimos que valemos más que los demás, negamos la verdad bíblica, pues todos tenemos la misma dignidad como seres humanos creados a imagen de Dios.
Además, cuando nos sentimos superiores a nuestro prójimo, le robamos gloria a Dios al negarnos a reconocer que el único digno de gloria y honor es él. Negamos que él es Aquel de quien proviene toda buena dádiva y todo don perfecto. Y por supuesto, todas estas cosas desatan la ira de Dios.
Qué bueno que él mismo ha provisto la solución para personas que se sienten superiores o inferiores en base a lo que tienen y son en sí mismos. Y esa solución es su gracia que nos exalta y nos humilla:
Pero que el hermano de condición humilde se gloríe en su alta posición, y el rico en su humillación, pues él pasará como la flor de la hierba. (Stg. 1:9-10)
En Cristo, todos los creyentes tenemos una alta posición: El Padre nos ha sentado en los lugares celestiales y nos ha exaltado con Cristo. Nuestra carencia de posesiones y logros no deben hacernos sentir inferiores, pues nuestra identidad descansa en nuestra alta posición.
En Cristo también, todos los creyentes tenemos una gran humillación: Su sacrificio nos hace saber que somos tan malos que el mismo Hijo de Dios tuvo que descender para humillarse a nuestra condición y salvarnos.
Nuestras posesiones y logros al final pasarán como la flor de la hierba, es decir, desaparecerán el día que muramos. Solo nuestra esperanza en Cristo nos llena tanto ahora como después de la muerte.