J.C. Ryle: Predicando con Valentía

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Estoy leyendo el libro Advertencias a las Iglesias del Obispo Anglicano J.C. Ryle, y el capítulo 2 es un llamado a los predicadores de la iglesia a que prediquen sin falsificar la Palabra de Dios por ganancias deshonestas u honor mal habido. Creo que es una advertencia necesaria para todos los que, por la gracia de Dios, tenemos la oportunidad de predicar con regularidad en nuestras congregaciones locales. Y creo también que se vuelve un consejo aún más necesario cuando mucho de lo que ahora se entiende por ministerio de enseñanza y predicación tiene que ver con construir una plataforma de seguidores. Se ha llegado a valorar el éxito ministerial en términos de alcance y visibilidad, en lugar de medirlo en términos de fidelidad a la Biblia.

En cierto sentido, creo que todos estamos expuestos a esto, ya que las plataformas de comunicación como las redes sociales han promovido la imagen de muchos hermanos que sin duda predican con precisión. Y aunque creo que Dios genuinamente promueve a algunos de aquellos que cumplen con su labor con fidelidad, también creo que el fin último del predicador debe ser proclamar la Palabra con fidelidad sin enfocarse en cuántas personas le escuchan. Puedes predicar con la misma fidelidad cuando te escuchan 10 personas y cuando te escuchan 1000.

Aquí el consejo del Obispo Ryle:

Oremos para ser guardados de falsificar la Palabra de Dios. Que ni el temor al hombre ni su favor nos induzcan a relegar, evitar, cambiar, mutilar o matizar texto alguno de la Biblia. Sin duda, cuando hablamos como embajadores de Dios, debemos hacerlo con santo denuedo. No tenemos motivo alguno para avergonzarnos de cualquier afirmación que hagamos desde nuestros púlpitos siempre que sea conforme a la Escritura. A menudo he pensado que uno de los grandes secretos del maravilloso honor que Dios ha puesto sobre un hombre que no se encuentra en nuestra denominación (me refiero al Sr. Spurgeon) es la extraordinaria valentía y confianza con que habla desde el púlpito a las personas de sus pecados y de sus almas. No se puede decir que lo haga por miedo a alguien o por complacer a alguien. Parece dar lo que le corresponde a cada clase de oyente: al rico y al pobre, al de clase elevada y al de clase baja, al noble y al campesino, al erudito y al analfabeto. Trata a cada uno con claridad, según la Palabra de Dios. Creo que esa misma valentía tiene mucho que ver con el éxito que a Dios le ha complacido dar a su ministerio. No nos avergoncemos de aprender una lección de él en este aspecto. Vayamos y hagamos lo mismo. [1]

Según estas palabras, nuestra oración al Señor debe ser que él nos guarde de falsificar su Palabra. Estaríamos restándole gloria, ofendiéndole grandemente, y confundiendo a sus preciosos elegidos si osáramos hacerlo. Si al Señor le placiera que alguno llegara a ser tan notado como Charles Spurgeon, que sea porque tal persona es un fiel embajador que no relega, evita, cambia, mutila o matiza el texto sagrado. Pero si a él no le place hacerlo aun si un predicador tiene estas características, que el corazón no se llene de tristeza ni la cabeza de confusión, sino que todo siga igual, porque el Señor es glorificado en la fidelidad si te escucha uno o si te escuchan 100.


[1] Ryle, J. C. (2003). Advertencias a las iglesias. (D. C. Williams, Trad.) (Primera edición, pp. 34–35). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

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