Conocer a Dios por Medio del Discipulado

Este es el tercer artículo de la serie Cómo Conocer a Dios. En esta serie, expongo cinco principios bíblicos para conocer a Dios verdaderamente. En el artículo pasado, argumenté que necesitamos ser regenerados para conocer a Dios.

El conocimiento verdadero de Dios es para todos los cristianos y no sólo para los estudiantes de teología o eruditos. Por eso, es necesario mencionar el discipulado como el segundo principio bíblico para conocer a Dios verdaderamente. Si has conocido creyentes que son nuevos en la fe, probablemente habrás notado el deseo que estos hermanos tienen por conocer al Señor que lo ha salvado. Ahora sus afectos son inclinados hacia el Señor y no hacia el pecado; es una nueva criatura (2 Cor. 5:17).

Sin embargo, no basta con regalarle una Biblia al nuevo creyente y dejarlo a su suerte. Es necesario que exista un compromiso serio en el que un creyente más maduro o un ministerio de la iglesia pueda discipularle a fin de que este crezca cada día más en el conocimiento del Señor. Esto lo vemos a lo largo de las Escrituras.

Por ejemplo, los encargados de discipular y guiar a las personas al conocimiento de Dios en Israel eran principalmente los padres de familia. Sin la labor de estos, el pueblo de Dios habría perecido pronto. Por eso Oseas escribió sobre la tragedia de no conocer a Dios:

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.”

Oseas 4:6

Para evitar que el pueblo sufriera esta tragedia, Dios diseñó un plan perfecto en el cual los más grandes guiarían a los más pequeños en el conocimiento de la Ley de Dios. Este era un proceso interminable, puesto que cada generación que era enseñada tendría que discipular a la siguiente generación. Esto aseguraría que el pueblo de Dios estaría constantemente conociendo al Dios del pacto:

Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.

Deuteronomio 6:4-9 NBLA

Como el pueblo del pacto, Israel estaba en la obligación espiritual de conocer constantemente al Dador del pacto y los términos de éste. Los padres de familia, y más adelante los sacerdotes y profetas, se encargaban de enseñar el conocimiento más elevado que cualquier miembro del pueblo del pacto podría tener: el conocimiento de Dios.

El Nuevo Testamento también se adhiere al discipulado como la práctica común del pueblo de Dios. Los creyentes maduros enseñan a los creyentes recién nacidos de nuevo, de manera que sigan creciendo y ayudando a otros a crecer. Nuevamente, el apóstol Pablo dice que Dios ha diseñado el ministerio de la iglesia para discipular y perfeccionar a los creyentes:

Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Entonces ya no seremos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error. Más bien, al hablar la verdad en amor, creceremos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor.

Efesios 4:11-16 NBLA

La labor de discipular que los líderes y maestros de la iglesia han recibido tiene como fin perfeccionar a los santos, ayudándoles a crecer a la estatura de Cristo, de manera que no sean como niños, sin entendimiento ni firmeza doctrinal, sino que crezcan hasta el punto de conocer y defender la fe cristiana. Además, esta labor no es exclusiva de los que ocupan liderazgo oficial en la iglesia.

Eso es lo que dice el apóstol Pedro cuando manda a todos los creyentes a crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (2 Pe. 3:18). En el contexto, los creyentes necesitan ejercitarse, discipularse unos a otros, de manera que no sean engañados por aquellos que tuercen las Escrituras.

Por tanto, el discipulado es esencial para el verdadero conocimiento de Dios. Todo creyente que quiera conocer a Dios verdaderamente debe estar comprometido e involucrado en un proceso de discipulado en el contexto de una iglesia local. Ese es el diseño de Dios para la ejecución de su plan de redención.

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